Consumid, consumid, malditos. Esta sentencia nietzscheana que está llegando a sus picos más altos del Antropoceno, cuando
el hedonismo europeo y el sueño americano han hundido al Homo sapiens en su
cometido final: acabar con el futuro de su propia especie. La realidad Disney,
o mundo feliz XXI, se va convirtiendo en realidad lapidaria conforme palpamos
la falsa austeridad que no es la Austeridad que vive el filósofo en sus
banquetes de recogimiento, pues, hacer una existencia austera es vivir a tope con lo mínimo, ejemplo, La vida en los bosques, de Thoreau. La falsa austeridad es la degradación impuesta por el desquiciado
1% de la humanidad que se atraganta con el desarrollismo y el sistema monetario
que lo sustenta, modelo criminal que ha convertido la espiritualidad de la Austeridad
en sinónimo de decadencia del bienestar para el individuo de clase media y sinónimo
de mendicidad para el proletario.
Putrefactos políticos reivindican a la falsa
austeridad en aras del equilibrio fiscal y la salvación de la patria, pero no
acometen lanza en ristre contra la cleptocracia, lo que hacen es subir la temperatura de la
paila que abrasa a las masas
esclavizadas y freírlas en irreversible miseria física y mental. La falsa
austeridad es sinónimo de franco retroceso de la existencia digna, no es sino un
pasar miserable por la vida-muerte, una negación del instante en el perímetro
de la estupidización de la especie
humana, donde el tiempo-espacio para la contemplación se diluye
irremisiblemente cual los glaciares de los picos ecuatoriales, los que otrora
albergaban lo que los poetas de la Gran Nación Pequeña denominaban “nieves
eternas”.
El filósofo que predijo el consumismo exacerbado
del mono pensante caído en la cosificación, también lo hizo con los holocaustos
que desató el racionalismo irracional a trochemoche; los mayores criminales del
siglo XX fueron razonables por antonomasia: querían un mundo feliz. Nietzsche, el
mismo día de su colapso en Turín, se topó con el caballo sudoroso y de ojos
desorbitados que recibía azotes de su
amo, entonces el filósofo del martillo y la dinamita abrazando al equino le
pidió perdón por la especie humana que se traga a todas las demás especies del
orbe. Esta escena nietzscheana indeleble inspiró la película “El caballo de
Turín” de Belá Tarr, que sigue al caballo y sus amos hasta la última
consecuencia del extremo minimalismo que preside a la Desintegración que es la
otra cara de la Creación. El caballo de Turín, no muestra la acción del mega
metraje Satantango, no se llega al paroxismo alucinante de la escena del baile con
la música mesmeriana del acordeón de Mihâly Vigo, donde los desquiciados
granjeros se embriagan más de lo corriente antes de la diáspora, huyendo de sí
mismos dejan que alcohólico demiurgo apague la luz del caserío enclavado en la
modernidad medieval siglo XXI, y sea tragado por el barro invernal de la estepa
húngara. El caballo de Turín, es extremo minimalismo retratado en veinte y
tantos cuadros cinematográficos que encierran los seis días que toma el viaje al
blanco y negro esencial del mundo de Béla Tarra: la llanura estéril, al pozo de
agua dulce exhausto, la casa de adobe y piso de tierra con dos ocupantes que
van perdiendo la gana de comer la papa de cada día (literalmente una patata y
sal constituían la sola comida cotidiana). El brioso caballo que aparece en la
primera escena, tirando con denuedo de la carreta contra el viento huracanado y
la cellisca, se echa a morir días después en magro establo, prediciendo con su
actitud de cascos caídos el último rayo de claridad de sus malditos amos. El
fondo de El caballo de Turín, no es apocalíptico más bien es el Homo consumericus desapareciendo.
Circulan fotografías espantosas de niños
africanos agonizando junto a buitres que aguardan el momento de devorar su
cáscara; tanto repiten en las pantallas imágenes monstruosas de inanición, de
saqueo, de tortura del Homo sapiens siendo de sí mismo el lemniano
bichomonstruo repugnante cadaverófilo furioso, a falta de un alíen que lo sea, que
han activado el pasivo instinto antropófago
de las masas. “Danos señor el cadáver de cada día”, es la oración de la
humanidad ansiosa de novedades carroñeras. De esto que surgen voces que de
repente se escandalizan por la capacidad que tiene el homínido para
ejercer crueldad atroz contra sus
congéneres, y se muestran como humanistas atormentados por el dolor del prójimo
al par que no dejan de rogarle al ángel monetarista que no los desampare en su
afán de adquirir posesiones, y vociferan: ¡No es ético que mientras un infante
toma estiércol de vaca en el Sahel, a falta de agua potable, hayan seres
humanos que se preocupen por la extinción de tortugas, bisontes, lobos,
rinocerontes, tiburones martillo…¡
Tamaña candidez aún pervive en humanos
que se han culturizado en las pomposas instalaciones de las escuelas de la
estupidización. Enigma: ¿quién es el que ha montado reales purgatorios en un
planeta que lo tenía todo para que su ocupante Homo sapiens sea moderadamente
dichoso? En los primeros sesenta años del siglo XX se exterminó al 99% de los
individuos de la ballena azul, algo así como 360.000 ballenas, que a un
promedio de 200 toneladas de peso dan más o menos 72.000.000 de toneladas de
carne viva, y si esto dividimos para el peso promedio de un ser humano, digamos
70 kg., tendríamos el peso de algo más de mil millones de humanos. ¿Exageramos?
Hagan sus propias cuentas, sin sentimentalismos, pertenecen a una especie
inteligente para calcular. La cuestión es, acaso el exterminio de la flora y
fauna prístina por parte de élites desquiciadas, sirvió para abolir la miseria
de los seres humanos desposeídos de futuro: ¡No!
En Japón -y en otros países
desarrollados en fuegos fatuos, subdesarrollados de espíritu-, se embodegaron y
se siguen acumulando montañas de carne de atún azul y otras especies marinas para
que los gastrónomos del mundo degusten sushi -fuchi-, y similares
delicias acuáticas durante los próximos veinte o treinta años, cuando los
precios del menú de la gastronomía de la extinción únicamente estén al alcance
del bípedo cleptócrata. ¿El elefante, el oso, el tiburón, la morsa, la pantera,
etcétera, tienen que ver con el destino de las personas que se alimentan de
tortillas de barro porque la tierra se volvió estéril debido a la deforestación que lleva en su genoma el progreso para la entropía máxima o destrucción
indiscriminada?: ¡No!