Si hubiese
tenido que conocer a genios de la ficción literaria como Onetti y Rulfo,
motivado por una entrevista radial o televisiva, probablemente no habría
entrado en sus obras. La gana de verlos actuar ante Joaquín Soler, me vino
mucho después de haberlos leído a cabalidad en lo que me ha sido dado de ellos
por los dioses de la creación, y cursando ya la segunda década de este siglo,
aprovechando que dichas joyas históricas pueden ser visionadas en la pantalla
de mi esclavo de silicio. El blanco y negro de A fondo, con esa
inolvidable música instrumental de introducción, brinda un escenario idóneo por
su higiénica austeridad, teniendo la impresión de que se ha suscitado una
reunión de dos amigos para conversar y filosofar en la cabaña minimalista de
Henry David Thoreau. La cálida sencillez de la instalación de A fondo concuerda
con la personalidad de sus invitados, ahí hay dos sillas, una para el
entrevistado y otra para Joaquín, una mesa lateral para contener la obra
impresa del autor y copas con agua o whisky; paredes vacías e imaginaria ventana,
de persianas cerradas, al bosque de Walden. Al otro lado estoy ocupando la
tercera silla, la del espectador. Nada más, todo lo demás viene de esos raros y
entrañables escritores que apenas se expresan de viva voz, acostumbrados a la
riqueza de sus monólogos. Soler intuye cómo tratar con semejantes personajes
ensimismados, no se entrega a la pantomima propia del periodista tipo
impertinente, sino que su tino es fruto del seguimiento que hizo de la
psicobiología de éstos a través de la lectura de sus obras. En todo caso, no
hay entrevista que sea comparable a la creación del escritor, solo lo conoces a
fondo zambulléndose en la verdad de sus mentiras; ahí reside la integridad de
Rulfo y Onetti.