(Fragmento)
Avanzas a un ritmo uniforme de quelonio por la Calzada
del Inca, y no obstante es como si estuvieses marchando desbocado, si comparas
la moción lenta que te poseyó en la travesía del Túnel Brujo, donde tu
pensamiento galopaba desenfrenado. Apuesto que ya superaste largo la distancia
que cubriste para ser ampliamente recompensado en la mesa de Frutería
Porfirio, este sendero azulado viene libre de hojarasca y por ello luce
amplio y empuja hacia delante con la luminosidad que permite las erectas
coníferas apostadas en los flancos cual gigantescos guardianes luciendo sus
vestidos de gala plomizos, de una lisura que solo se rompe, a unos treinta
metros arriba de tu cabeza, con el ramaje de la copa que hace dibujos al carbón
en la calzada. Sí, esto se parece más a la primera vez, ¿te acuerdas?, todo
este incesante asenderear empezó cuando abriste los ojos a un esplendoroso
amanecer en Valle del Silencio, incorporándote sobre tus extremidades
inferiores te echaste a andar como si nada en tu piso de torre Cachalote, cual
si fuese un acto reflejo, común, automático. No dudaste cuando posaste los pies
sobre la carpeta en que llanamente debías caminar como si fuera una calistenia
cotidiana a la que acudes ni bien te despiertas, aunque estabas consciente de
que eran tus primeros pasos en firme, como la unidad fractal Palamedes, tras
reventar de la bolsa de aguas de la Nodriza. La máquina animal había superado
en un santiamén los dos lustros de la “niñez acuática”, donde tu embrión pasó
al estado fetal, y luego surgió el neonato que se desarrolló integralmente
hasta tomar la forma reciclable del urbanícola eclosionado. Hypatia, a partir
de que abandonaste Plaza Victoria, se hizo prácticamente imperceptible, fue una
manera distinta de distancia la del Túnel Brujo, ahí ella cuidaba de tus pasos,
su presencia fue un apoyo a la perplejidad que nos envolvía. Nomás agarraste la
Calzada del Inca y su influencia magnética ha cedido, es como si hubieses
tomado una órbita que te aleja de su poderosa atracción, aunque no dejes de
rumiar el encuentro extraordinario que nunca antes has tenido con el prójimo.
Brotaste una década más tarde que el resto de personas de nuestra generación, y
por eso aterrizaste una década después que el pionero Pascal, pero te
adelantaste en cuanto entraste en la pubertad, para el séptimo u octavo lustro
de tu existencia habías recopilado la información que más tarde reventó en la
Teoría del Gen del Explorador Salvaje.
Los dieciocho lustros que en total enmarcaron tu adolescencia, fue un tiempo para que aprehendas por ti mismo de
lo asombroso y admirable que brinda la civilización aérea, sustentándote en la
base general de conocimiento que te inyectó Mente VS en el seno de la Nodriza.Y, el púber Palamedes, se
prendó del estudio de las civilizaciones que sucumbieron con el Antropoceno, el
periodo geológico que el Homo sapiens selló como el más
nefasto en la depredación planetaria de una especie terrestre. Tal fue el
impacto del apogeo del ser humano cosificado que creó el Antropoceno,
período geológico diminuto comparado con la historia eónica de Gaia, pero fue
lo suficientemente demoledor para dejar su huella destructiva a través del
tiempo. Fascinaste con la complejísima trama Homo sapiens que
te llegó a través del Bibliotecario. Arribaron los espíritus de genios y
artistas que convocaste para que te transmitan con imágenes vívidas y su
lenguaje propio que tradujo para tu comprensión Mente VS, lo que sufrieron en
esos tiempos de máxima entropía que generó el sujeto positivista amparándose en
la razón, que como nunca fue esgrimida para destruir no bestialmente sino
humanamente. Y te doy el crédito por persistir en el estudio del fulgurante
colapso de la era que hizo que la estupidización se posesione en más del
noventa y cinco por ciento de la humanidad sometida a una existencia de topo,
en aras de la socialización de la agonía subterránea. Avanzando con rumbo fijo
en la Calzada del Inca, un rumbo por primer vez predeterminado para que el recién
aterrizado llegue al hogar, veo que tu generación se ha beneficiado del súmmum
de la travesía humana desde los aciagos días del yugo del
trabajo-producción-consumismo hacia los milenios del
ocio-longevidad-contemplación, y sin haber padecido ápice de los purgatorios
que provocó el Antropoceno. Tu edad de las torres inteligentes, del Homo
aerius fusionado con Mente VS, surge del salto cuántico que dieron
hace un eón tus mayores, conservando la máquina animal que si bien ha alcanzado
una suerte de inmortalidad no se ha sumergido del todo en lo etéreo. El Homo
sapiens, tras la rebelión de las especies comestibles de cría y de cuanto
animal silvestre que lo rodeaba exponiéndose a ser exterminado por su
enajenación terminal, se había dividido en dos formas irreconciliables,
formando una suerte de dos subespecies con diferente fin. La abrumadora mayoría
de la entonces hiperpoblada humanidad, sufrió el Síndrome Irreversible de la
Estupidización (SIE), pasando a ser una masa pestilente y desahuciada, el
hombre-topo, el tragagusanos, desapareciendo rápidamente de la faz
terráquea para regocijo de sus almas atormentadas. Más de diez mil millones de
bípedos depredadores fueron sepultados por la naturaleza salvaje en un pestañeo
del Universo, desocupando la enorme área de repugnantes cubiles que conformaban
las megalópolis. Por doquier volvieron a reinar biosferas prístinas libres de
remoción porque se esfumó la plaga, el virus, que devastaba la originalidad
planetaria. Estos infelices tragagusanos ya son parte de la historia
del positivismo irracional que tú desenterraste, y que tú mismo te encargaste
de propagar con un propósito nada subliminal, sacudir al Homo aerius de
la realidad que percibía a través de los sensores de Mente VS, la que amenazaba
en convertir a su civilización en un emporio de seres etéreos. El Antropoceno
se enquistó en los ojos de tu generación, pero, más allá de estigmatizar con el
símbolo de la cloaca al progreso para la destrucción del Homo sapiens,
sobrevino lo paradojal: fue la era que propulsó una revolución impensada para
el Homo aerius. Te repaso esto mientras caminas por la Calzada del
Inca porque te provoca placer empezar a oír tu voz de Neoterrestre, suena tan
distinta a la voz del urbanícola asendereando en Valle del Silencio, no sé decir
qué tipo de cosas te soplaba caminando, ¿te acuerdas de algo especial de tus
monólogos de allá arriba? No. Yo tampoco. La mitad de los sobrevivientes de la
Rebelión de las especies, pertenecían a las granjas comunitarias de cultivo
orgánico para la subsistencia vegana, campesinos que vivían en comunión con el
mundo original haciendo una vida tan epicúrea como ataráxica. Estos pueblitos
veganos, que tenían en el trueque su fundamento para la autosuficiencia
alimentaria, no fueron infectados por el Síndrome Irreversible de la
Estupidización, pues, el virus, se introducía por el consumo de cadáveres
de las especies en rebeldía. Esta guerra cuántica se dio contra el Homo
sapiens hacinado en las megalópolis, donde cabía el noventa y cinco
por ciento de la humanidad. La otra mitad de sobrevivientes a la Rebelión de
las Especies, correspondió a las élites que se habían fortificado en ciudadelas
inexpugnables dentro de las megalópolis, como Sharamus donde, por su afán de no
volver a tener contacto corporal de ningún tipo con la naturaleza salvaje
-incluidos los tragagusanos-, se salvaron de la pandemia.
Previamente a la aparición del Síndrome Irreversible de la Estupidización,
estos arcaicos urbanícolas, ya habían inventado las primeras papillas
nutritivas, balanceados alimenticios básicos, producto de la integración
molecular. Sharamus, se libró del virus disecador de la mente y el cuerpo de
sus víctimas, que acabó con las masas tragagusanos, pero este
privilegio no solo que no curó el miedo enfermizo que agarraron los ciudadanos
a la intemperie sino que lo exacerbó, dándose “un suicida, una
variedad diletante de entropía máxima” -como diría el doctor Pacchi-. A este
proceso lo llamaron “purificación”, se encerraron en los pentágonos del panal
blindado en que se convirtió Sharamus, que no dejó ventanas al mundo real, solo
dioramas de paisajes terrenales, lejanías y cercanías luminosas; simulacros
cambiantes de ocasos y amaneceres exultantes. Los de Sharamus se negaron a
unirse a los veganos de las Comunidades Trueque, descendientes de los
visionarios que habían fundado esa forma de vida sencilla y pletórica a la vez.
Comunidades campesinas como la del valle de Jumol, se prolongaron merced a los
valores que los mantuvieron al margen de la era del desprecio a la Gran Madre.
Con ese antecedente, una mínima pero saludable población humana presintió lo
que pasando un eón es la urbe homeostática que goza el Homo aerius,
aunque antes de tu aparición no se haya tenido noción de esa verdad. ¿Qué
cabida podía tener en el devenir cuasi perfecto de la sociedad aérea que se
levantó muy por encima de una época aciaga que yacía enterrada por básica
higiene de los tiempos? Pero, donde se encumbró la fantástica perfección de la
megalópolis homeostática, hubo alguien que descubrió que la decadencia también
puede adoptar el rostro alado de una existencia impoluta. Tú, convocando a los
genios y artistas que alumbró el Antropoceno, hallaste que tu generación tenía
un planeta entero para revivir si el Homo aerius se atrevía a
aterrizar con su propio explorador encarnado. Desde hace un eón se mantiene la
población del Homo aerius en el número que trajo armonía
planetaria, y vienen siendo quinientos mil individuos generación tras
generación. El Homo aerius se ha minimizado para maximizar su
goce dentro de la Gran Madre, lo hace desde la invisibilidad del piso que lo
guarda de todo peligro, donde Mente VS insufla de bienestar, por separado, a
cada uno de los residentes de la megalópolis. El Homo aerius se
torna visible ante el prójimo durante la noche, cuando se entrega a la vida
social a través de su personalidad hecha holograma tridimensional. La presencia
del Homo aerius en el planeta Tierra, se da en la única ciudad
donde posó su civilización, ocupando un espacio inocente, perdido en el
Cinturón de Fuego de Gea. En las épocas hiperpobladas de las civilizaciones
cloaca del bípedo depredador, las megalópolis, hacinaban hasta treinta millones
de individuos, cuando ser ciudadano equivalía a ser masoquista como lo fue el
hombre-topo de Socavón, hasta que ciudadela Sharamus le proveyó “paz eterna”
con la hamburguesa humanitaria. La aurora de la unidad
fractal Homo aerius fusionada con Mente VS, ya fue imaginada
en parte, o en mucho, por genios y artistas de los siglos del positivismo
irracional, los cuales fueron tildados ofensivamente de utopistas. Apenas oír
la palabra utopía -que en sí abrigaba una filosofía como lo hace en la era
del Homo aerius-, y los magos mediáticos activaban los gatillos de
sus revólveres esclavistas, pues, ellos, auguraban larga juventud al
desperdicio desaforado, y bogaban por la inmutable oferta de sus templos
decadentes, donde las masas adoraban adquirir las cosas que hacían montañas de
chatarra, y adquirían bagatelas con la dosis venenosa de estupidez artificial
incluida. Acepciones de palabras que habían servido a los pensadores de otras
épocas Homo sapiens para ensalzar el entendimiento humano
reflexivo, tales como inteligencia, producción, excelencia, éxito, ambición,
etcétera, quedaron degradadas al máximo posible por el entendimiento humano
calculador. Era “inteligente” tragarse al planeta entero con un barniz de
explotación sustentable, era un “éxito” si la plaga lo conseguía cuanto
antes mediante una indomable “excelencia” de la industria de la nada o
fiduciaria. Los incansables chinos, se ganaron con justicia el derecho a ser la
élite de la élite de la ambición compulsiva por la depredación
planetaria. Los chinacos populacos, recuperando la vieja máxima de
su raza “debemos someter a la naturaleza primigenia”, desplazaron del ápice
piramidal de la entropía para la destrucción a europeos y estadounidenses.
Apenas una fracción de la humanidad se había concientizado e intuitivamente
vivió saludablemente, embebida en los valles de la feracidad, anteponiendo los
goces sencillos al desarrollo demoledor de los siglos depredadores. Esta
minoría fuerte y arraigada a la tierra abarcó al hombre pensador-poeta-creador-vividor,
de toda raza y procedencia del orbe. Científicos y artistas visionarios ya
pronosticaron un salto cuántico defensivo en los animales puros, suscitados por
la voracidad del Homo sapiens. Más allá de que se anunciaba, por
todos los medios que se contaba en el apogeo Antropoceno, de que había que
hacer “algo” para evitar la incesante degeneración de las biosferas prístinas
del planeta, los ilusionistas mediáticos acababan banalizando cualquier
intuición de desastre ecuménico, convirtiéndolo en mero entretenimiento de las
masas enajenadas. La destrucción de su hábitat, por el ciudadano exacerbando su
ideal consumista, continuó sin freno ni oídos a los llamados a la cordura de
los pragmáticos que pregonaban que al menos la mitad del planeta Tierra debía
declararse en firme, y de facto, libre de remoción; libre de lo que
se había dado en llamar con suma hipocresía y debilidad, progreso
sustentable. La última generación Homo aerius, tiene a granel
bienestar integral, tiempo milenario, mucho espacio para ejercitarse
a diario en el arte de andar y contemplar. Cuerpo-mente sano caminando en los
senderos solares de Valle del Silencio; una personalidad que sociabiliza
placenteramente en el nocturno Ágora. Como dice el prójimo de Valle del Silencio,
que a pesar de estar acotado por las torres animalistas, nunca se termina de
conocer porque se recrea asimismo como naturaleza viva que es, y porque Mente
VS abre rutas que el caminante inaugura para sí cada día. Tú estás inaugurando
tu primera ruta de Neoterrestre, e insólitamente para llegar a tu casa andando
y guardarlo en tu memoria propia como dijo Hypatia, ¿será que después de dos o
tres siglos, te visite este presente para que lo inventes en tu nuevo presente,
a la manera que lo hacía un Homo sapiens consciente de su
corta pero riquísima existencia? Ayer nomás, y esto de “ayer nomás” vale por
los dieciocho lustros que fungiste de solitario caminante solar en Valle del
Silencio, estuviste caminando en un sendero del que no puedes dar razón, no te
llega vívido a la memoria tuya, no me puedes ni te puedo contar nada acerca de
nuestras emociones y percepciones del trayecto que habrá sido infaliblemente
hermoso como el que cada vez, bajo cualesquier circunstancia meteorológica, nos
regala Mente VS. Es idéntico a lo que sucede con los entrelazamientos
holográficos que has tenido en ese mismo lapso de tiempo con tus congéneres,
para qué acordarte del que tuviste ayer si hoy puedes estrenar uno nuevo tan o
más excitante que el que se dio con el prójimo de ayer. Y de esto solo te
queda una certeza total de haber hecho lindas caminatas en solitario y no menos
deliciosas conexiones con el prójimo, que en el caso de las conexiones móviles
podrían sumar decenas de miles, y en el caso de sumar los kilómetros recorridos
cada día por el adolescente arrojaría el resultado de que has cubierto varias
veces la circunferencia del globo terrestre. Algo hablaste de esto con Hypatia,
o lo pensaste junto a ella, en todo caso lo relevante es que rumias el
inmediato pasado en Frutería Porfirio en el presente de la
Calzada del Inca, y surge la inevitable comparación con el “ayer nomás”, y la
certeza de que el Neoterrestre es una realidad concreta es contundente. La
noche del Ágora está para abordar al prójimo o lo que es lo mismo ser abordado
por el prójimo, ¿la noche de Valle Lúcido para qué estará? Bajo el influjo de
la versátil luna del Ágora, la compañía del prójimo es profiláctica, no
estorba, y puede llegar a ser tan agradable como el estar consigo mismo en un
refugio enclavado en el tope de los senderos de Mente VS. En el escenario
social de corrido está presente la opción de desconectarse del otro, que es la
capacidad de aislarte en tu piso del Cachalote y hacer que miles de metros
arriba seas el Homo aerius encarnado, el que más allá de
socializar cotidianamente en el nocturno del Ágora y dar la vuelta solar de
cada jornada en lo prístino de Valle del Silencio, tiene una vida que gira en
torno a la soledad radical. No estás para hacer un mínimo recuento de dónde
asendereaste ayer, ni de con quién conectaste ayer, pero sí te acuerdas de que
a tu modo te despediste del doctor Pacchi, y el rato menos pensado te visitan
retazos de los encuentros que sostuviste con tus espíritus maestros, tal como a
lo largo del “ayer nomás” ha sucedido, y ahí radica la personalidad tuya que no
se ha dispersado con el salto cuántico, de otro manera te habrías quedado en
blanco y eso hubiera sido como sufrir una forma del Síndrome Irreversible de la
Estupidización del extinto Homo sapiens. ¡Cuán divertidas son estas
ocurrencias! ¿Mías o tuyas? Para el Homo aerius, lo de “estar bien
acompañado”, no tiene nada que ver con lo que se practicó al respecto en las
épocas arcaicas del Homo sapiens, cuando se sufría en aras de
formar una familia con base en el sagrado matrimonio, o sus sucedáneos con
etiquetas graciosas como unión libre, amancebamiento. El Homo
aerius tiene en su generación a su familia que lo acompaña en su viaje
existencial en Valle del Silencio, y vive a través de los sensores de Mente VS
que criban los placeres naturales y fantásticos para que el urbanícola se sirva
solo exquisiteces en la medida justa que satisface sin empacharse. Apenas
rompiste la bolsa de aguas (que te entregó a la pubertad con tu cuerpo-mente ya
formado para avanzar hacia la mayoría de edad e incorporarte a la extensa
juventud-adulta del Homo aerius), invocaste al espíritu de tu
conspicuo antecesor y padre genético, el Psíquico de la anterior generación,
Marco Aurelio, para que consolide la figura paternal que receptaste de él en tu
niñez acuática y se transforme en una presencia consciente. Marco Aurelio, te
dijo de entrada con humor incisivo, penetrante, que en un próximo recambio
generacional la civilización aérea podría desaparecer, podría convertirse en un
Olimpo plagado de seres divinos pero ya sin adoradores terrenales. A pesar de
lo risible de los ínfimos núcleos familiares del Homo sapiens, cómo
te conmovió la organización familiar del apogeo del positivismo irracional, el
yugo que añudaba a la pareja para hacer una vida miserable ellos y sus críos,
“las cargas sociales”. A pesar de haber poseído la tecnología para iniciar la
revolución genética que frene la superpoblación, siguieron con las masas
entregadas al intercambio de fluidos protoplásmicos para procrear aberraciones
humanas a cuenta de la moral, la política y las religiones.